Dune de Frank Herbert

La obra de Herbert es un tejido magistral de imágenes arquetípicas ubicadas en un lejano futuro en el que el hombre ha conquistado el vasto espacio exterior, recreando la profecía del Mesías y el pueblo elegido subordinado a terribles condiciones por la falta de agua, pero rico en especia más codiciada del universo: la melange. La trama trepidante combina intrigas políticas y comerciales protagonizadas por las grandes casas, el Emperador Shaddam IV, La cofradía espacial y La Bene Gesserit junto con la condición humana, aquí no importa lo lejos que ha llegado el hombre, los avances de la civilización, este aún mantiene sus pulmones primitivas que lo convierten en ángel y demonio.
Como lo plantea Diana Uribe (la historiadora colombiana) Herbert hace un desplazamiento de las tensiones geopolíticas del siglo XX sobre el futuro. El poder de las corporaciones que este caso son representadas por las grandes casas, manejan los recursos naturales explotando los pueblos nativos dejándolos en la miseria, paradójicamente estos recursos son materias primas vitales para la civilización.
Aunque fácilmente podríamos asimilar al pueblo Fremen con los pueblos petroleros del Cercano Oriente, como muestra su religión tiene semejanza con los fanatismos de medio oriente, no dejo de leer que detrás de esta interpretación se refleja nuestro pobre conocimiento de estos pueblos condicionados por un pensamiento occidental que juzga a “lo otro” con el lente de la barbarie, desconociendo la grandeza de los pueblos árabes en el periodo medieval y que fue interrumpida por las cruzadas.
Más allá  de lo anterior y todas estas interpretaciones, hay una pregunta que me deja Dune, ¿cuál es el papel del destino?. La traición de uno de los miembros de la Casa Atrides desencadena la muerte del Duque Leto, Paul su hijo, debe huir al desierto para preservar su vida y el ducado. En Paul confluyen diferentes imaginarios (el Mesías de los Fremen y el Kwisatz Haderach de la orden Bene Gesserit) que terminan detonando un destino manifiesto. Paul es consciente de su condición, es un mito viviente, y además por sus poderes de precognición sabe que a su nombre se destruirán muchos pueblos, su deseo es impedirlo, sin embargo, vemos como cada una de sus decisiones parece conducirlo al mismo resultado, la temida Jihad. 

Finalmente, estos pocos comentarios sobre la primera entrega de la novela de Herbert son simples apuntes sobre reflexiones que trajo su lectura.

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