En tres actos: Aproximación a las representaciones de la infancia en la literatura infantil colombiana

Desde hace un par de décadas asistimos a un aumento de la producción literaria en Colombia. En lo que se refiere a Literatura Infantil, es visible tanto la proliferación de editoriales independientes como el cambio en la mirada de esta hacia los niños. Así como las primeras obras literarias se inclinaron hacia enfoques didácticos y pedagógicos que evitaban tocar temas tabúes como la sexualidad y la muerte, con el objetivo de transmitir valores patrios y contenido moral; es a partir de la década de los años 90´S cuando se introduce en las obras literarias infantiles el interés estético y la apertura a temáticas de carácter psicológico.

Exponer el cambio en las representaciones de la infancia en la literatura colombiana dirigida a niños, es el tema que se expondrá a lo largo de este documento, utilizando los simbolismos, recursos narrativos y referencias a otras obras literarias del mismo estilo, a partir del estudio de tres obras producidas en momentos clave de la historia y producción literaria colombiana: El país de Lilac (1937) de Osvaldo Díaz Díaz, Zoro (1977) de Jairo Aníbal Niño y Se resfriaron los sapos (2016) de Marcela Velásquez Guiral.

La infancia en Colombia, un análisis preliminar

Se entiende por niño todo ser humano menor de 18 años de edad, salvo que haya alcanzado antes la mayoría de edad. Convención sobre los Derechos del Niño (1989).

Esta definición que parece el resultado del determinismo biológico y por tanto de carácter inmutable y universal, es en realidad una construcción social que se ha formado mediante presiones políticas y económicas que se ejercen en la sociedad.

Ahora esta definición hace parte de nuestro actual concepto de infancia y aquí es preciso hacer una aclaración al respecto, si bien “Los niños han existido siempre, naturalmente son los `cachorros´ de la especie humana”(Saldarriaga Vélez & Sáenz Obregón,2007), la infancia por su parte es la mirada que tiene la sociedad sobre esta etapa de la vida, y esta visión ha sido diferente en cada época.
Entonces, se puede afirmar que la infancia moderna nace en la medida en que se instaló una visión paternalista sobre los niños extendiendo la etapa infantil hasta los 18 años y separándolos de los adultos mediante una caracterización en la que el niño se entiende como un ser humano diferente por sus peculiaridades: inocencia, capacidad de sorprenderse, imaginación, valentía, volatilidad, sumisión. Esta caracterización es consecuencia de una serie de transformaciones socioeconómicas y políticas que se sucedieron en el paso del medioevo a la sociedad industrial, como lo plantea Aries (1987). El paso de una sociedad feudal basada en el vasallaje a una sociedad pre industrial donde el comercio se convierte en una de las actividades económicas principales y la moneda como medio de cambio, prevaleció una mayor regularización de la sociedad y un sistema de gobierno centralizado: la monarquía absoluta. Apareció un nuevo sentimiento nacionalista que hizo necesaria la reproducción cultural homogénea promulgando valores comunes a una nación.

Este ultimo factor fue determinante a la hora de modificar estos mecanismos de reproducción cultural, antes constituido por el aprendizaje a cargo de parientes y vecinos que transmitan lo necesario tanto en el trato social, como en un oficio para ganarse la vida. Procesos que fueron asumidos por la escuela, un lugar de reclusión de los niños donde se moldea de acuerdo a ciertos valores deseables y se reintroduce a la sociedad.

En el caso de las sociedades industriales se adoctrinaba y se regularizaba las actividades de forma tal que el niño al salir del régimen escolar estuviera listo para el régimen laboral de la fabrica. Escolarizar es “civilizar” en algún sentido, acallar pulsiones que pueden ser el germen de asonadas o revueltas que ponen en peligro un estatus quo, y por tanto, el poder de un soberano sobre la nación.

El nuevo modelo fue asumido con éxito al percibirse como un mecanismo de ascenso social. Esta creciente escolarización, originó la aparición de nuevos enfoques pedagógicos como el uso de las cartillas de lectura, que dieron paso a los primeros libros dirigidos al público infantil y cuyo objetivo era condicionar el pensamiento de los menores, basando sus métodos en la repetición y el contenido literario a géneros como la fábula. 

La aparición de un tipo de libro dirigido a una audiencia especifica fue el origen de la literatura infantil, y a su vez condicionada a fines pedagógicos ejemplarizantes. En el caso colombiano podemos situarla hacia el siglo XIX a partir de una valoración de una cultura propia reflejada en el costumbrismo y el naciente nacionalismo que llevó a ampliar un proyecto de formación estética y cultural para generaciones jóvenes, escritas en un lenguaje sencillo y cotidiano y con imágenes vivas y pintorescas, permitiendo la formación de nuevos valores para la nación que emergía luego de la Independencia. Entre los primeros exponentes de esta literatura están los Cuentos de Rafael Pombo, El romancero colombiano, Historia y cuentos para los estudiantes del Colegio del Rosario y  el cuento Simón, el Mago de Tomás Carrasquilla ( Robledo, 1997).

Pero es hacia el siglo XX cuando la literatura para niños en Colombia se valora como producción literaria con valores estéticos propios vislumbrando una incipiente independencia de los móviles pedagógicos que habían caracterizado la literatura infantil colombiana, influenciada por cambios en la concepción de la infancia gracias a nuevas teorías sobre el desarrollo psicobiológico y el impacto de la pediatría en las familias colombianas, disminuyendo la morbilidad infantil.

Gracias al aumento de la producción literaria infantil en Colombia durante el siglo XX es posible identificar la transformación en la concepción de la infancia en el país, que parte de una visión idealista que la define como una etapa paradisiaca, un estado envidiable que el adulto añora; se transforma a una aproximación cercana una manera de empoderamiento que adorna al niño con cualidades superhumanas, donde puede actuar en situaciones y contextos que un adulto no podría, para finalmente figurar al niño como un personaje con sensaciones y pensamientos propios y sentimientos considerados como trasgresores en las visiones tradicionales sobre la infancia. 


Con el objetivo de ejemplificar y dar cuenta de estas transformaciones en las concepciones sobre la infancia escogí tres textos: El país de Lilac (1937) de Osvaldo Diaz Diaz, Zoro (1977) de Jairo Aníbal Niño y Se resfriaron los sapos (2016) de Marcela Velásquez Guiral; para analizarlos en tres niveles: Un primer nivel que problematiza y sitúa la narración en el tejido sociocultural, un segundo nivel relativo a los modos de contar el relato y las temáticas expuestas, y un tercer nivel alusivo a las referencias realizadas a otros textos que se usan como ladrillos para construir nuevos relatos.
El país de Lilac de Oswaldo Díaz Díaz

El país de Lilac describe la geografía y las costumbres de un país imaginario habitado exclusivamente por niños. 

Para comenzar, es preciso reconocer el contexto socio- histórico en el que el texto se encuentra inscrito. En ese sentido, El País de Lilac se produce en la década de los años 30´s del siglo XX, y podemos remarcarlo en una nueva mirada que se le da a la infancia en toda Latinoamérica, en Colombia determinada por la llegada al poder del Partido Liberal y una migración importante de campesinos hacia las ciudades. Forzando una reforma educativa que privilegió políticas encaminadas a un aprendizaje activo, consideró al niño como un sujeto con voz propia. Esta coyuntura facilitó un salto entre los ideales de conducta infantil pasando del niño quieto, silencioso y obediente al niño activo, juguetón y creativo. Propició el nacimiento de un nuevo objeto de estudio: la infancia; y la aparición de bienes de consumo cultural dirigido para este público. Además incitó la creación de una literatura dirigida a los más pequeños y la posibilidad de publicar contenido generado por los niños como es el caso de la revista Rin Rin (a propósito diseñada e ilustrada por Sergio Trujillo Magnenat, ilustrador de El país de Lilac).

Lo anterior permeó ideológicamente el relato de Lilac tanto en la disposición de las imágenes, el uso de letras capitales, escritura caligráfica para el título y unas imágenes que retratan una sociedad moderna con trazos fluidos y frescos, con lo cual se remiten a ese nuevo paradigma que se impone en la década de los 30´s.

La década de los años 20´s y 30´s resignificó la identidad de nuestros pueblos latinoamericanos, que en mayor o menor medida, se entendieron como el producto de un mestizaje derivado de tres vertientes: indígena, negro y blanco. En el caso colombiano existieron particularidades que lo diferenciaron del resto del continente como lo plantea Saenz Obregón (2012) existía “ un intenso control dogmático y político de la Iglesia católica sobre el campo del saber y las prácticas institucionales en el país. En un segundo lugar, por la legitimidad que desde finales de la segunda década adquirieron los enunciados que señalaban la raza nacional era una raza degenerada”. Este discurso se afianzó porque explicaba la prevalencia de la violencia política del país (el siglo XIX  se había encerrado en contiendas ideológicas y guerras por el control territorial), la intensidad criminal, los vicios, las enfermedades mentales y una baja productividad económica.

Ahora bien, el discurso de la raza degenerada propició transformaciones en la noción de infancia. Por una parte, se declaró la necesidad de recrear una sociedad insertada en los principios de la modernidad que le permitieran salir del atraso en la que se encontraba sumida, la población infantil artífices del cambio estarían sujetos a nuevas políticas educativas y médicas que le permitieran “civilizarse”. En las políticas educativas se cambió el modelo educativo propiciando el salto a niños más activos y menos pasivos, y medidas médicas que evitaron la mortalidad infantil (políticas de higiene, jornadas de vacunación, educación para los padres). Por otro lado, se asoció la idea de infancia con la de un estado primitivo de desarrollo considerado “bárbaro”, basado en teorías científicas sobre el evolucionismo y el desarrollo biológico, en ese sentido la raza (entendida como pueblo) se consideró en una etapa infantil en relación con los pueblos europeos que se consideraban como los adultos (Sáenz Obregón, 2012). 

Estas ideas llevaron a comprender al niño como un sujeto de características duales, necesitado de los adultos quienes lo moldean a la medida de una nueva sociedad moderna mediante la escolarización y la medicina, y por otro lado, se valora la niñez como el estado de pureza e inocencia que debería ser preservado.

Ambas ideas, influenciaron a Oswaldo Díaz Díaz, quien refleja una preocupación por transmitir a los niños cierta moralidad, entendida como la transmisión de valores para construir una sociedad mejor, y por el otro, asocia lo infantil con estas ideas de inocencia, dibujando este mundo utópico de Lilac que añoramos durante toda la vida, pero al que solo tenemos acceso en la niñez.

Díaz Díaz concibe un libro con ideas modernas que reflejan su preocupación por hacer una literatura infantil sin fines doctrineros, utilizando las ilustraciones para acompañar el texto y una audacia en la diagramación del libro gracias al diseño de Sergio Trujillo Magnenat. Como lo plantea Robledo, su acercamiento a la literatura infantil fue de carácter reflexivo, pues se preguntó por su definición y los elementos que debería contener. Entre estos se destacan cuatro: Contenido moral que describe como “la lección de energía, de entusiasmo, de educación personal, de propio conocimiento, que el niño extrae por sí mismo de lo que ha leído” ( Díaz en Robledo, 1997); lo maravilloso, entendido como el asombro que produce lo cotidiano, no como el universo poblado de criaturas fantásticas; defiende el final feliz o por lo menos la necesidad de dejar una esperanza o tranquilidad en su público y por último el lenguaje serio, sencillo y preciso, que evita la infantilización del niño.

Ahora bien, visto desde otro nivel, el del modo de contar la historia; nos encontramos con un texto que, mediante la narrativa descriptiva y la metáfora del país utópico, dibuja cinco temáticas claramente expuestas a manera de manifiesto sobre la concepción de infancia del autor.
En cuanto a las características de la infancia, Díaz la define como una etapa entre el nacimiento y los 10 años, una época idealizada donde no existe el sufrimiento (El País de nunca sufrir) y tampoco las prohibiciones, que terminan “domesticando” la fuerza infantil. Los niños viven solos, se pueden gobernar así mismos y están en contacto con la naturaleza, estas dos asociaciones se derivan del mito del buen salvaje, aquí se relaciona lo primitivo y lo infantil como una sola categoría, en la que los niños al igual que los primitivos viven en anarquía.  Se los define como seres apolíticos, estableciendo esos intereses como algo propio de los adultos.

En El país de Lilac, Díaz habla de una realidad dialéctica que divide al mundo en dos categorías “gentes mayores” y los niños, y subraya la relación de poder ejercido por adultos sobre niños, los primeros les imponen a los niños modos de ser que no les son propios, disponiendo de métodos de control como: la medicalización, la imposición de un vestuario y el uso de personajes imaginarios (el Coco) para amenazar al niño y persuadirlo sobre su actuar.

En respuesta a esa relación problemática donde el adulto ejerce poder sobre los niños propone una nueva forma de pedagogía, en la que aboga por el aprendizaje activo, basado en la observación que le permita deducir las leyes de la naturaleza. Particularmente menciona tres materias: Biología, Geografía e Historia, que tienen un objeto de estudio concreto que le permite al niño aprender mediante la experiencia, mientras, en el caso de la historia opta por la representación de los acontecimientos históricos en forma narrativa, con el fin de sensibilizar a los niños hacia la materia, muy seguramente en reacción a una educación memorística. En esa misma vía describe los libros para niños, que deben tener una clara vocación y al igual que Alicia en el País de las Maravillas prefiere libros con caracteres grandes, claros y con ilustraciones.

La aparición de bienes culturales dirigidos específicamente a los niños muestra una preponderante mercantilización de la infancia, debido a la industrialización del país que hasta entonces había tenido una vocación agraria, esta forma de producción termina devaluando el valor de los objetos artesanales y ponderado una sociedad de consumo en donde los niños se convierten en un nuevo mercado muy apetecible para las industrias como la juguetería, en oposición, el autor hace una apología a la imaginación infantil para recrear mediante lo que esté a su alcance sus propios juguetes.

En otro nivel de análisis, los tópicos tratados en Lilac recogen referencias que nos permiten tejer citas extraídas de otros textos y alimentan la narrativa de Díaz Díaz.
No podemos desconocer que el cuento de Díaz es una invitación a recrear un mundo utópico, por lo tanto, nos trae a colación el libro de Tomás Moro, Utopía, su autor describe una sociedad imaginaria compuesta por varias ciudades estado ubicadas en una isla creada artificialmente por el Rey Utopo, los habitantes constituyen una sociedad pacifica cuya organización económica esta basada en la agricultura y la propiedad común, la política se determina por el voto popular con un sistema patriarcal y a diferencia de la sociedad medieval existe la libertad religiosa. 

Esta idea de la utopía es recreada por Díaz Díaz en una sociedad ficticia basada en una vida sencilla donde no hay sufrimiento ni preocupaciones materiales, porque su estructura no se basa en el consumo de bienes, aislada del mundo en el caso de Lilac compuesto por adultos y en contra del colonialismo de adultos sobre los niños.

Díaz Díaz defenderá la niñez como un estado ideal, asociará a los niños con un estado de inocencia alejado del mundo de los adultos y que se añora a lo largo de la vida, pero del que es preciso salir. Si bien toma la idea de la niñez como estado ideal, que usa J.M Barrie en Peter Pan (el arquetipo del niño que nunca crece); Lilac al igual que el País de Nunca Jamás tienen una sociedad compuesta por niños, en el caso de Nunca Jamás son los niños perdidos que han rescatado Campanita y Peter Pan, en los dos casos en una sociedad autorregulada, que tendrá sus propias reglas que al adulto le suponen anárquicas. Y por supuesto, varias relaciones dialécticas: piratas/niños, que en el caso de Lilac será adultos/niños, Nunca Jamás/ Casa de los Darling, en el caso de Lilac será País de Lilac/ Mundo adulto y por último Racionalismo/ Pensamiento mágico que en el caso de Lilac deja planteado un mundo de maravilla, entendida desde la perspectiva del niño, no como fantasía, sino como la posibilidad del asombro en lo cotidiano.

El pensamiento mágico ha llevado a la humanidad a crear universos poblados de criaturas, ahí si francamente fantásticas del que no escapan los denominados “gente pequeña” cuya cercanía con los niños nos remonta a la Edad Media, época en la que los niños únicamente se diferenciaban de los adultos por su fuerza y su tamaño. 

Dada esta cercanía es posible trazar una relación entre El País de Lilac  y Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift. No es de desconocer la referencia explicita en el texto “hay un país semejante al de Liliput que visitó Gulliver: es el país de Lilac”(DIAZ DIAZ,1937).  Liliput no solamente es una sociedad compuesta por seres pequeños, como los describe Swift, son además primitivos en su indumentaria, usan arcos y flechas y al parecer no conocen las armas de fuego, se asocian con los niños, teniendo en cuenta las teorías de la degeneración de la raza que en Colombia durante la década de los 20 y 30 del siglo XX asociaron lo primitivo a lo infantil. Derivando en “El mito del buen salvaje”, tanto Swift como Díaz Díaz reconocen en la comunidad de pequeñitos, seres curiosos y bondadosos, en el caso de Díaz Díaz lo expone cuando menciona en la descripción de los almacenes como todos invitan a los niños a ver, tocar y probar, en el caso de Los viajes de Gulliver los liliputienses han descubierto a Gulliver y a pesar del miedo que les inspira lo insertan en su comunidad con algunas condiciones relativas a las dimensiones de Gulliver, se muestran curiosos respecto a la utilidad de sus pertenencias y considerados con las necesidades del gigante. 

Aquí podemos resaltar las dialécticas que se plantean en ambos textos. En El País de Lilac tenemos adulto/niño que se encuentran en oposición por las relaciones de poder que describe Díaz Díaz. Por su parte, en Liliput, tenemos los opuestos gigante/enano que a su vez resalta también una relación de poder que se hace evidente en el apartado donde se reproduce el decreto del Emperador de Liliput quien legitima el poder que sostiene gracias a su tamaño: “monarca de todos los monarcas, más alto que los hijos de los hombres, cuyos pies oprimen el centro del mundo y cuya cabeza se levanta hasta tocar el sol” (Swift, 2006), en este binario el tamaño es una ventaja que permite ostentar el poder.
Zoro de Jairo Aníbal Niño

Zoro cuenta la historia de un niño indígena que luego del ataque de los “hombres con armas de candela” se pierde en medio de la huida de la aldea río abajo. El niño emprende un viaje para reencontrarse de nuevo con su familia, ayudado por su ave tente. Durante la travesía es secuestrado por una banda de terratenientes mineros y en la esclavitud conoce al viejo Amadeo, con quien escapa con un diamante azul. Ayudado por las criaturas mágicas: el tigre de cristal, los hombrecillos diminutos, las criaturas de aire y el águila de hielo; logra volver a su hogar no sin antes enfrentarse a la banda de mineros que quiere de vuelta el diamante, los peligros del Bosque de animales y las aguas de los espejos. Finalmente se reencuentra con su familia quienes lo daban por muerto.

Al igual que El país de Lilac, Zoro es un hijo de su época, publicado en 1977 en medio de la transformación de la noción de infancia por la influencia de psicólogos como Piaget, el niño se transformó en un sujeto protagonista, libre e independiente, como reflejo tenemos la imagen del Zoro. 

Podemos enmarcarlo dentro de un nuevo florecer de la literatura de los años 70 y 80. Los avances en la industria gráfica que permitió mayor versatilidad en el campo editorial. La necesidad de retener nuevos lectores que se veían atraídos por un medio que adquiría una mayor cobertura y cabida en los hogares colombianos, la televisión, para ello se desescolarizó la lectura y se crearon bibliotecas públicas con anaqueles especiales para el público infantil. Los premios dirigidos a escritores de literatura infantil incentivaron la creación de un mayor número de libros para niños (muestra de esas iniciativas es el Zoro ganador del premio Enka en 1977). Por último, la aparición de una generación de padres más preocupados por la educación de sus hijos incentivó a las editoriales a especializarse en el mercado editorial dirigido a los menores.

Este aumento en la producción de literatura infantil también permitió la evolución de la mirada de los autores sobre la niñez, hasta entonces escribían con fines morales o didácticos, pasaron a buscar finalidades lúdicas y estéticas conservando la idealización de la infancia que “se evidencia en la creación de este tipo de personajes golpeados por las injusticias de la vida adulta, enfrentados a la maldad y la crueldad del mundo de los mayores y quienes la mayoría de las veces triunfan gracias a las fuerzas sobrenaturales de otro personaje o la magnificencia y bondad de la mano poderosa de sus creadores” (Robledo, 2007).

Sobre su autor, Jairo Aníbal Niño, podemos decir que es uno de los exponentes más representativos de la literatura para niños en el ámbito colombiano, un autor prolífico como eje de creación utilizó la fantasía que lo conectó al mundo infantil y recurrió a las metáforas poéticas como modo de narrar. Adornó sus relatos con imágenes visuales, sonoras y olfativas que estimulan la imaginación de los lectores con una experiencia sensorial del relato.

En un segundo nivel de análisis, el de la forma y los modos de contar,  el Zoro relatado a través de la narrativa fantástica, el simbolismo y las metáforas poéticas expone cuatro temáticas: el viaje iniciático, el estereotipo del nativo ecológico,  el cuestionamiento hacia la supremacía del hombre blanco y el empoderamiento del niño: en las dicotomías niño/anciano.
La historia del Zoro, es una trama sobre un niño de 12 años en un viaje, claramente es un viaje que lo lleva a convertirse en un adulto. En el viaje el niño debe desprenderse de sus padres y se ponen a prueba sus habilidades para vivir solo en la selva. 

Tiene dos antagonistas que simbolizan los retos a los que el niño se ve enfrentado al crecer. La banda de mineros esclavistas, simbolizan la avaricia y la crueldad y los gigantes de alambre que le tienden una trampa al niño y al viejo colocando una vaca gigantesca en el camino que los cobija y les da leche, esto nos remite al peligro de no querer crecer y regresar al útero de la madre. Ambos son sorteados por el Zoro mediante su ingenio, de la mina se escapa recolectando semillas del bosque oscuro, que al reventarse actúan como bombas de humo y de los gigantes se escapa ayudado por el ave tente que se pone de carnada delante del caimán que los vigilaba, mientras el niño enreda una liana en el caimán, los empuja hasta la orilla y los libera de la prisión de la flor de metal.

Al mismo tiempo se encuentra con aliados, las criaturas mágicas, le facilitan la empresa y no le permiten renunciar a su propósito: reencontrase con su familia. Aquí tenemos al tigre de cristal que simboliza la sabiduría interior, quien conoce el destino final del héroe, y en la narración aparece en los dos puntos de giro de la historia, al inicio es quien le brinda la ubicación de su familia y hacia el final en el último combate con la banda de mineros alienta al niño en la búsqueda y devora a algunos integrantes de la banda. Los hombrecillos diminutos y las criaturas del aire que proveen alimentos, objetos mágicos y la indumentaria que les permite enfrentarse tanto a Amadeo como a Zoro a las inclemencias del tiempo y los peligros de la selva, son las herramientas con las que el adulto cuenta para enfrentarse a las vicisitudes de la vida. Por ultimo, el águila de hielo que simboliza todo lo que el niño debe sacrificar para convertirse en adulto.

Aquí el héroe, Zoro, hace gala de su ingenio, su valentía y la compasión por los seres vivos para enfrentarse a los peligros del entorno (el bosque de animales y las aguas de los espejos), estos se traducen en pulsiones destructivas y pueden extraviar al niño en su tarea de convertirse en un adulto.

Finalmente, el niño se encuentra de nuevo en la aldea, escenificando el retorno del héroe, que vuelve convertido en un adulto.

Como telón de fondo de la narración tenemos el conflicto por tierras en el cual los indígenas de la aldea se ven sometidos al despojo por parte de los “hombres con armas de candela” y que los obliga a huir río abajo “buscando el país de la felicidad y la justicia”. Niño nos presenta una mirada ambivalente sobre los indígenas, por un lado, propone el estereotipo del nativo ecológico, en el que se define a los indígenas como parte de la naturaleza, alegando su cercanía y complicidad con el entorno; un discurso colonialista que legitimó la explotación de esta población que era asumida como recurso. Por otra parte, focaliza la narración desde la perspectiva indígena provocando la identificación de los lectores.

Al hablar desde la perspectiva del que ha sido considerado oprimido por los discursos eurocéntricos, no solamente introduce el tema de los despojos a los que son sometidos los indígenas, también habla de la deshumanización a la que son reducidos los negros, forzados al trabajo esclavo y la prohibición de usar la palabra. El autor cuestiona la supremacía del hombre blanco, personificados en la banda de mineros esclavistas, que son ridiculizados por su aspecto o su comportamiento. Tenemos al flaco que lo describe como un hombre de barba de oro con un ojo violeta y otro amarillo, y al gordo un personaje glotón y pusilánime.

Para subvertir el orden hegemónico establecido cierra empoderando al niño, que burla a los mineros esclavistas y siempre lleva el control de la aventura. En contraste, su acompañante el anciano Amadeo, siempre se muestra cobarde y dubitativo, mientras el niño hace gala de sus conocimientos sobre la selva.

Así mismo, nos encontramos con referencias a otros textos literarios que se trenzan, estas son: El libro de la selva de Rudyard Kipling y Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carrol.

Niño, toma el motivo del niño perdido en la selva de Kippling y lo refresca ambientado en un paisaje con elementos de la Sierra Nevada y la Amazonia colombiana, y se regodea en imágenes fantásticas y oníricas que compone con nuestra fauna (armadillos, osos hormigueros, titís, colibríes, mariposas) y le suma elementos foráneos como el tigre, que podríamos asimilar al jaguar, animal presente en muchas de las mitologías americanas, yuxtaponiendo las criaturas para dar la apariencia de un mundo en el que la realidad y la fantasía se combinan como una sola. 

Ambos nos muestran una concepción determinada sobre la infancia, en el caso de Mowgli, es un “salvaje” que necesita ser “civilizado” y la instrucción que provee Baloo busca introducirlo en la sociedad mostrándole su lugar y su deber ser en esta. En el caso de Zoro, Niño nos muestra un personaje empoderado y activo que pone a prueba sus habilidades, el niño ejerce su accionar sobre las criaturas de la naturaleza sin la mediación de un adulto que le muestre cual debe ser su papel.

Al igual que en el Libro de la Selva, Niño utiliza el recurso de la antropomorfización para darle voz a las criaturas de la naturaleza, en el caso de Niño además a algunas criaturas les da forma humanoide inspirado en las leyendas de los espíritus de la naturaleza como gnomos, hadas y elementales, ejemplo tenemos en la descripción de las hormigas “hombrecillos diminutos” que lo invitan a la ciudad de los insectos que además tienen actividades humanas. Otro de los personajes es el tigre que puede ser asociado con la imagen del chaman en estados de trance, que ve a través de los ojos de otros animales, acentuando el carácter onírico de la obra.
En ese mismo orden se puede identificar una referencia a Alicia en el país de las maravillas, en donde el absurdo lleva a un mundo de extrañeza; en el caso de Alicia perfectamente alineado y creíble con una lógica interna. Por el contrario, Niño colma el relato de imágenes fantásticas y seductoras por la combinación de elementos de realidad y fantasía como el bosque de animales “allí son los árboles los que se mueven de un lugar a otro y los animales han echado raíces, se han sembrado en la tierra y han crecido alargándose hacia el cielo.” (Niño ,1991) Y las aguas de los espejos “es un río muy caprichoso -dijo Zoro. - Cambia de lecho de un momento a otro y hay que buscarlo a veces por largas horas para encontrar otra vez su cauce.” (Niño, 1991). A estas imágenes fantásticas se suman las situaciones inverosímiles que se tornan caprichosas, por ejemplo tenemos el final del flaco quien desaparece luego de subir a la canoa de oro y el gordo que se desinfla cuando se pincha con el pedazo de sol, lo que distrae a los lectores en el relato.

Finalmente, otro de los temas que tocan tanto Carrol como Niño es la necesidad del protagonista de crecer y descubrir su identidad. En el caso de Carrol no podemos evitar mencionar todas las situaciones en las que Alicia come y bebe para crecer y empequeñecerse, simbolizando su búsqueda por alcanzar su identidad y que se manifiesta explícitamente en el dialogo entre Alicia y la oruga:

“-¿Quién eres tú?- dijo la Oruga.
No era una forma demasiado alentadora de empezar una conversación. Alicia contestó un poco intimidada:
-Apenas sé, señora, lo que soy en este momento…Sí sé quién era al levantarme esta mañana, pero creo que he cambiado varias veces desde entonces.” (Carrol, 2005)

Se resfriaron los sapos de Marcela Velásquez Guiral

Se resfriaron los sapos nos relata el drama de la familia de Otoniel, un niño que vive en Yolombó, un pueblo minero, cuando después de una explosión en la mina desaparecen un grupo de mineros incluidos su padre. Durante la búsqueda de Osvaldo, Otoniel rememora la vida cotidiana, las ocurrencias de su hermana menor Abril que tiene de amigos los sapos del estanque frente a la casa, el trabajo de Ana cuidando las vacas y las historias del Tuerto.  Mientras el niño asume la responsabilidad de traer a casa a Osvaldo con vida, la niña enferma intuye de inmediato la muerte de su padre y se encarga de enviar su equipaje al cielo.

A lo largo de la narración, Velásquez presenta cuatro temáticas que entrelaza: las relaciones entre padres e hijos, la desaparición y la pérdida, crecer y madurar y la rivalidad entre hermanos; estas temáticas se tejen a traves de la voz narrativa de Otoniel en dos tramas paralelas: la búsqueda del papá de Otoniel desaparecido en la mina y la relación familiar que sostenían hasta entonces. Utiliza el recurso de la retrospectiva para saltar en los dos tiempos narrativos, logrando un ritmo vertiginoso y un impacto emocional en la medida que se acercan las dos líneas y encuentran el cuerpo sin vida del papá.
La voz narrativa es la de Otoniel, que además de exponer las situaciones desde su punto de vista, también comparte sus percepciones sobre su familia y sobre si mismo, logrando una identificación con el público lector (la novela está catalogada para niños de 9 años en adelante), con quien mantiene una complicidad gracias a la cercanía y la intimidad con la que la autora maneja la voz del personaje, que se acerca al género narrativo del diario.

Ahora, además del recurso de la voz en primera persona, recurre a una serie de imágenes potentes que logran mover los sentimientos del lector haciendo uso de dos líneas temporales.

En una línea temporal, la autora utiliza el motivo de los sapos como símbolo de la relación filial, marcada por el juego y la fantasía, logrando así conmover al lector, remarcando la relación de Abril con su padre, quien reafirma y celebra la percepción sensible e imaginativa de la realidad de su hija mediante el leit motiv de la narración: ¡Se resfriaron los sapos!

 En el caso de Otoniel, quien durante la estadía en Yolombó se convierte en adolescente, manifiesta en su voz su necesidad de independencia y autoafirmación. Al igual que para Abril, los sapos se convierten en el símbolo de su relación filial, en este caso, Osvaldo utiliza los sapos para trasmitir valores, mostrándole lo que seria deseable para él, en cuanto a la relación con su hermana.

En una segunda línea temporal, narra la búsqueda del padre después de la explosión en la mina, que avanza en tanto sus cosas desaparecen sucesivamente, preparando al lector para el trágico final y generando intriga sobre el destino del padre, mientras el niño deja clara su percepción y su análisis racional. Otoniel piensa que las cosas están siendo robadas por otros mineros o vendidas por la vecina y otro análisis de tipo mágico en el que asocia la desaparición sucesiva con la extinción de la vida del padre. 

Otoniel se muestra como un personaje racional, que transita la salida de la infancia, la imaginación y la magia, dos aspectos característicos de la etapa infantil. En contraste, Abril se muestra como una niña mística capaz de reconocer la muerte del padre aun cuando no está declarada, aspecto que refuerza la descripción que Otoniel hace de ella, con su trapo en la cabeza, el aroma mentolado y las fiebres que siempre se asocian con personajes mediadores entre el plano material y las realidades sutiles, la fiebre se convierte en un estado alterado donde alcanzan conocimientos que no son accesibles a la razón pero si a los sentidos suprasensibles.

La enfermedad de Abril y la cercanía de la muerte genera un cambio en Otoniel, que en la primera línea temporal era travieso, curioso e insolente, se convierte en un personaje que toma la responsabilidad de rescatar a su padre y traerlo a casa, entiende la importancia de la imaginación y el cariño como refugio ante las vicisitudes de la vida y asume un nuevo rol que le impone la perdida: el de protector. En él también se hacen evidentes las etapas del duelo: la negación, la rabia, el dolor y finalmente la aceptación dejando a los espectadores con una sensación de esperanza reflejada en la imagen final en la que Abril amarra todas las cosas de su papá a los globos y las “envía a las nubes” el ultimo destino de Osvaldo. 

En resumen, se destacan tres imágenes en el relato: el estanque de sapos y la relación padre e hijos; la desaparición de las pertenencias del padre y el duelo, los globos que vuelan por el aire con las pertenencias del padre y la aceptación de la perdida.

El contraste de los personajes infantiles Otoniel y Abril permite a la autora introducir el tema de la rivalidad entre hermanos que solo tiene solución con la desaparición de uno de los padres y la transición del hermano mayor que asume el rol de “hombre de la casa”, dando por finalizada la etapa infantil. Velásquez hace hincapié en mostrar como el final de la etapa infantil esta marcada por la muerte de uno de los padres, cuando Otoniel rememora la muerte de su abuelo que obliga a Ana, su madre a salir de la escuela y hacerse cargo de sus hermanos trabajando en una finca como cuidadora de vacas. Esta imagen del niño trabajador es frecuente en los países latinoamericanos, la infancia esta determinada por la condición social, de la cual dependerá el destino de los hijos y el rol que debe cumplir el mayor al que se le asignan roles paternos o maternos.  

Ahora bien, el relato realista de la autora que hace énfasis en la voz de cada uno de los personajes presenta un niño más verosímil que tiene sentimientos de rabia, dolor y miedo. En los diálogos recurre al dialecto y las expresiones locales para situarnos en Yolombó. Y de telón de fondo muestra la vida de los mineros y el afán del padre por cumplir como proveedor de la familia en muchos casos en contra de su seguridad.

Dentro de  esa corriente realista podemos decir que la historia de Velásquez bebe de dos de las exponentes, que a juicio de Beatriz Robledo, son las más sobresalientes en la literatura infantil colombiana: Gloria Cecilia Diaz con El sol de los venados e Irene Vasco con Paso a Paso.  
Se resfriaron los sapos es una obra heredera de las propuestas de estas autoras, inscritas en una corriente más contemporánea de la literatura infantil donde la realidad interior y la visión de mundo de los niños cobra mayor relevancia, sobre los intereses didácticos y pedagógicos o los estereotipos en los que los adultos enmarcan a los niños. Esta ruptura permite ver niños trasgresores de las visiones tradicionales y más “de carne y hueso”.

Así mismo, las temáticas trabajadas logran una mayor complejidad psicológica que se refleja en el mundo afectivo y familiar que es descrito de manera más amplia, con menos temor de hablar sobre temas que tradicionalmente se consideraron tabú en la literatura infantil: la sexualidad y la muerte. En el caso de estas tres autoras manejan el tema de la muerte, con su narrativa de carácter testimonial permite mostrarnos la voz del niño o del adolescente, revela sus posturas criticas, sus anhelos y sus miedos respecto a la perdida.

En este sentido podemos decir que en la literatura contemporánea 

“ los niños buenos se acabaron. Y es que ese concepto beatifico de la infancia no deja de ser una idealización más del adulto y nos muestra un desconocimiento y una invisibilidad de la niñez real. Los niños odian sienten miedo, pelean, son agresivos, sufren, son rebeldes y piensan, atributos que por fortuna ya están incorporados a las letras para niños modernas y que muestran una valoración por parte de los adultos de una etapa del desarrollo que tiene un mundo propio, una manera particular de relacionarse con el mundo y una cultura que le pertenece.” (Robledo, 2007)

La autora Marcela Velázquez Guiral ganadora del premio El Barco de Vapor S. M  (2015) con esta novela corta, su segunda obra publicada, plasma la voz infantil con sensibilidad y realismo. 

Conclusiones

Se ha partido de la actual definición de niño ampliamente aceptada, evidenciando la diferencia entre niñez e infancia. La infancia es una construcción social definida por adultos y que tiene un carácter cambiante, la infancia en las sociedades modernas adquirió particularidades debido a la necesidad de crear Estados soberanos con valores comunes. La escuela se convirtió en el dispositivo de reproducción cultural por excelencia y su éxito determinó el surgimiento de nuevas estrategias pedagógicas como las cartillas, piezas didácticas diseñadas para los niños que fueron el germen de la literatura infantil.

En el caso colombiano es en el siglo XIX, periodo de nacionalismos, cuando una apuesta por lo propio derivó en una literatura colombiana dirigida a los niños. Sin embargo, es en el siglo XX cuando se hace prolífica la escritura para niños con fines más estéticos que didácticos, transformación gracias a la cual es posible trazar una evolución de las concepciones sobre la infancia y diferenciar matices en la visión sobre la niñez. 

A lo largo de este texto, se hicieron visibles estas diferencias, a través de las obras El País de Lilac, Zoro, y Se resfriaron los sapos; exponiendo tres representaciones de infancia, desde el concepto 
idealizado de la etapa infantil, pasando por el empoderamiento del niño, hasta llegar a darle una apariencia más verosímil, más realista y con profundidad psicológica. Todas ellas representadas desde la perspectiva adulta, no desde la propia voz y la construcción identitaria de los niños.

El autor que por lo general es un adulto, tiene la responsabilidad de mostrar una visión del mundo que construya una realidad más deseable, pero no desde el adoctrinamiento que proponían las cartillas de aprendizaje de lectura, que rezan: “¡Los bueyes son mansos! ¡Aquí no hay rey!¡ La ley es soberana!”, al estilo de la Cartilla Charry; sino mostrando la posibilidad de re-crear un mundo más tolerante, incluyente, compasivo. Esta visión del mundo se expresa a través de una forma narrativa, y utiliza una serie de estrategias que como Chambers (2008) anota son diferentes en la forma como deben acercase a los niños, porque tienen la necesidad de una aproximación cercana, de un par, otro niño (una de las estrategias más exitosas en la literatura infantil).

Pero, no se puede desconocer que los niños tienen su visión propia sobre el mundo sin necesidad de la mediación de un adulto, tienen la facultad de criticar, analizar y proponer, es vital promover estas actitudes en los niños. Entonces, si ellos tienen la potestad de convertirse en autores potenciales de la literatura infantil, habrá que dar este salto y permitirles un papel protagónico. 

Bibliografía

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Londoño, P. & Fajardo, A. (1998) El libro infantil en Colombia. Boletín cultural y bibliográfico.(Bogotá), volumen 25 (14). 51-68. 
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